conFilosofía

el blog de los aprendices de Filosofía

Nacionalismo y autodeterminación

En un Estado nacional sólo tiene cabida una autodeterminación. No se considera la posibilidad de ninguna otra en su territorio y, si apareciera, sería vista como una amenaza a la unidad nacional. Entramos en un círculo vicioso que no tiene solución: por un lado, el nacionalismo ha sido motor del modelo de Estado nacional; por otro, la constitución y defensa de los estados nacionales impide la realización política de aquellos otros nacionalismos de las naciones sin Estado, cuya autodeterminación está en directa contradicción y oposición con el principio de la soberanía nacional que fundamenta al Estado al cual pertenecen.

El Estado nacional y la autodeterminación son conceptos interdependientes, pero parten de un problema irresoluble: el territorio es limitado. Puede haber 100, 200, 400 estados nacionales, incluso más, pero el territorio objeto del deseo es el mismo. El Estado nacional es soberano sobre un territorio delimitado por fronteras y no admite compartirlo con nadie, sino defenderlo frente a otro, sea uno o carios estados nacionales, sea una Nación o naciones dentro del propio Estado.

Si una parte de la población se define como Nación y reivindica el derecho de autodeterminación, no le será fácil ejercerlo. Tendrá que confiar en factores que escapan a su control, como una crisis general del sistema político, la caída del imperio con el que estába vinculado, una guerra internacional o bien el interés de una potencia mundial en apoyar la centrifugación o disolución de un imperio colonial o de un Estado plurinacional.

En todo caso, no debería confundirse la autodeterminación de hecho con la autodeterminación de derecho. Se autodetermina quien puede y no quien quiere. En este punto, el Estado nacional es poco o nada democrático. Teniendo en cuenta que el nacionalismo universal es imposible y que la Tierra no es un globo que pueda aumentar su tamaño, ¿qué hacer? Cambiar de paradigma, a partir del hecho de que el Estado nacional es una realidad histórica y, como tal sujeta a evolución y cambio.

11 febrero 2010 Posted by | Filosofía Política, Nacionalismo | , , | Deja un comentario

El Estado, el nacionalismo y sus fases

Entre el individuo y la Nación liberal se encuentra una red de instituciones cada vez más compleja, con las que cada uno mantiene unas relaciones fudnadas en una libertad de elección y acción. El nacionalismo tendrá necesidad de promover mediante sus protavoces una lealtad previa o superior a cualquier otra: la lealtad nacional. Ésta es compatible, por supuesto, con lealtades de otro tipo, empezando por la lealtad democrática y, asimismo, admite lealtades nacionales compartidas o un nacionalismo multinivel. Así, se podrían promover identidades y lealtades nacionales sumables y compatibles, por ejemplo, Cataluña, España y Europa. Pero no es tan fácil asumirlo desde el nacionalismo, incluso es una paradoja para muchos nacionalistas.

La virtud y el problema del nacionalismo es que los tres grandes fines políticos del mundo moderno, el bienestar, los derechos, y el autogobierno, sólo se comprenden en el marco de la Nación. Por eso se afirma que «un pueblo libre es un pueblo que se autogobierna». Pero una sociedad que busca o promueve la homogeneidad cultural y la lealtad patriótica, difícilmente podrá dar una respuesta satisfactoria a la diversidad cultural. Del mismo modo, tampoco estará en las mejores condiciones para comprender el autogobierno de forma policéntrica y asimétrica, de manera que pueda dar acomodo a la plurinacionalidad.

Vivimos en un mundo político de estados modelados según los principios básicos del Estado moderno, hobbesiano. A partir de estos principios se pueden enumerar cinco fases o zonas horarias del sistema de estados nacionales, que se solapan en el tiempo:

  1. Los primeros Estados-nación europeos occidentales como modelos originales del Estado moderno (España, Inglaterra, Francia, entre los siglos XVI y XVIII).
  2. La independencia de los Estados Unidos y la constitución de los sucesivos estados nacionales, fruto de la secesión de las colonias americanas de sus respectivas metrópolis europeas y, especialmente, del Imperio español (siglos XVIII y XIX).
  3. Los nacionalismo europeos tardíos que dieron lugar a nuevos estados nacionales por medio de la unificación (Alemania e Italia), o bien como resultado de la Primera Guerra Mundial y de la disolución del Imperio austrohúngaro. En esta fase también se incluye la Commonwealth of Nations, como regulación de la creciente liberalización de relaciones entre el Imperio británico y sus dominios (Canadá, Australia, Nueva Zelanda), el nuevo nacionalismo expansionista de Japón y las nuevas naciones sin estado en Europa, tales como Irlanda, Cataluña, Euskadi o Escocia).
  4. La extensión del nacionalismo y de los movimientos nacionalistas a otros continentes: Egipto (1936), India (1947), Israel (1948), Indonesia (1949) o Argelia (1962).
  5. La última surge como consecuencia del final de la guerra fría y del derrumbamiento del imperio soviético (1989), con el surgimiento de más de veinte estados nuevos o reestablecidos en el centro y este europeos y en Asia. El mundo cuenta hoy en torno a 200 estados, cifra que contrasta con los 51 estados que consituyeron las Naciones Unidas en 1945.

La pregunta que se puede formular es si existe la posibilidad de una sexta oleada nacionalista mirando al futuro, y si tiene sentido la constitución de nuevos estados, basados en las naciones sin Estado, o bien en aquellos movimientos de liberación nacional que persisten en su lucha por la autodeterminación nacional. Hechter ha clasificado distintos tipos de nacionalismo o procesos de construcción nacional mediante la constitución de un Estado propio o la realización nacional de un Estado preexistente:

  1. El nacionalismo de Estado, o la construcción nacional desde el Estado.
  2. El nacionalismo periférico o el nacionalismo que surge de naciones culturales que se resisten a la integración-asimilación por parte de otro Estado y se proponen tener un Estado propio.
  3. El nacionalismo irredento que ocurre cuando se pretende extender los límites del Estado nacional para incoporar territorios cuya población copertenece a la misma identidad nacional.
  4. El nacionalismo unificador cuando se promueve la construcción y constitución de un Estado nacional único sobre  un territorio culturalmente homogéneo pero políticamente dividido.

10 febrero 2010 Posted by | Filosofía Política, Nacionalismo | , | 1 comentario

Las divisiones y fracturas de las naciones políticas

Todo ciudadano tiene una «nacionalidad» por el mero hecho de estar vinculado a un ordenamiento jurídico estatal y no a otro. Asimismo, toda persona forma parte de una comunidad cultural específica, con la que comparte características que le son comunes. La Nación política, por el contrario, es una opción subjetiva. Forma parte del sentimiento y voluntad de las personas. No puede hablarse plenamente de Nación si no existe un sentimiento nacional, una conciencia nacional, una voluntad subjetiva de cada uno de los miembros de la comunidad que les identifica con la misma. La Nación política es es ser o no ser del nacionalismo, el eje vertebrador de la sociedad moderna.

Las divisiones o fracturas que pusieron en tela de juicio la uniformidad de la Nación política y la igualdad entre los ciudadanos fueron dos.

La primera fue de carácter externo y está relacionada con los límites territoriales que necesariamente tiene el Estado-nación. Cuando una comunidad nacional decide separarse de un Estado o se resiste a ser conquistada por un Estado, a pesar de inspirarse en los mismos valores ilustrados y liberales, nace una nueva Nación política. Este «nacimiento» puede legitimarse por la identidad cultural o, simplemente, por la voluntad política de separarse.

La segunda fue de carácter interno y se refiere a la división de la Nación política como reflejo de la división social del trabajo y de las clases sociales. La Nación política cuya base material es la economía liberal tiene una homogeneidad ficticia en la medida que está basada en la división social del trabajo y en la estructura de clases que caracterizan el sistema capitalista.

9 febrero 2010 Posted by | Filosofía Política, Nacionalismo | , | Deja un comentario

El concepto de Nación

El nacionalismo no tiene un fundador univeral o general, a diferencia de otras ideologías modernas. Tiene fundadores nacionales, tantos como estados o naciones se proclaman soberanos. Quizá por esta razón tampoco existe una definición de Nación aceptada con carácter general. En todo caso, se pueden distinguir cuatro puntos o características básicas de la Nación/nacionalidad:

  1. Comunidad de sentimiento.
  2. Comunidad de historia y cultura compartidas.
  3. Comunidad política.
  4. Comunidad que se realiza y autodetermina mediante el Estado.

1. Comunidad de sentimiento.

La Nación es ante todo una comunidad de sentimiento, que identifica al conjunto de miembros de la misma, los cuales se sienten vinculados a ella, que se reconocen unos con otros como pertenecientes a la misma Nación, y que se distinguen de otros que son de otras naciones. El sentimiento identitario es inherente a todas las naciones, es la prueba más evidente de que existe una comunidad de individuos que se sienten Nación y se identifican con la misma.

2. Comunidad de historia y cultura compartidas.

Las naciones tienen historia propia o no son. Es esta historia común la que va configurando una comunidad de carácter, una comunidad cultural, con características comunes que normalmente confluyen y se manifiestan mediante una lengua propia.

3. Comunidad política.

No es lo mismo una comunidad de sentimiento o de carácter, surgida de un pasado común, que una comunidad política del presente con voluntad de permanecer, mirando al futuro. La Nación o nacionalidad como comunidad política implica la explícita voluntad de vivir juntos bajo un mismo gobierno. En sentido antropológico, se define la Nación como una comunidad imaginada, donde la inmensa mayoría de sus miembros no se conocerán nunca, pero sin cruzar sus vidas viven la imagen de su comunión nacional.

4. Comunidad que se realiza y se autodetermina mediante el Estado.

La Nación es una comunidad soberana porque en ella reside la fuente del poder que legitima el Estado y a sus gobernantes.. Max Weber dio una de las definciones más breves de la Nación, al decir que es una comunidad de sentimiento que se manifiesta adecuadamente en un Estado propio. Una Nación con voluntad política de autogobierno sin conseguir este objetivo, o su recononocimiento internacional como Estado nacional, es una Nación incompleta en su sentido moderno. Y un Estado-nación jurídica que no consigue ser una comunidad de sentimiento, o en la que un porcentaje significativo de la población de una parte o partes de su territorio no se sienten nacionalmente vinculadas, es también una Nación incompleta y un Estado insuficientemente legitimado. La Nación moderna es plena y soberana cuando se realiza y autodetermina en el Estado.

8 febrero 2010 Posted by | Filosofía Política, Nacionalismo | , | Deja un comentario

Dimensiones del nacionalismo

El nacionalismo es una ideología moderna que concibe la Nación como sujeto de soberanía y, por tanto, fundamento del Estado. Cuando Kant definió la Ilustración como el abandono de la minoría de edad por parte del hombre, estaba indicando un camino de liberación de las personas, de servirse por sí mismas para conocer, decidir y actuar en libertad, sin que pudiera haber una verdad impuesta contra su voluntad. Este principio o camino de liberación también es aplicable a los pueblos, a todos los pueblos y naciones. Aunque es cierto que tan fácil es identificar al sujeto persona, como difícil identificar y definir qué es la Nación.

El nacionalismo es consustancial con la construcción y evolución del Estado moderno. Se distingue de las demás ideologías en que llama a la identidad antes que a la voluntad. El nacionalismo se pregunta por quién forma parte del pueblo o Nación; delimita y señala la comunidad nacional. Las otras ideologías modernas se preguntan por el cómo debe organizarse y ser gobernada una sociedad.

A cada Estado una Nación, a cada Nación un Estado. Este es el principio general del nacionalismo. Por esto se dice que es el nacionalismo quien crea la Nación y no al revés. No hay necesidad de nacionalismo si los individuos son súbditos del rey, puesto que éste es el soberano y garantiza la unidad del Estado. Tampoco hay necesidad de nacionalismo si el fundamento del poder estatal es únicamente la coerción y el temor. Pero sólo que haya algo de consenso o legitimación civil del poder público, es decir, de reconocimiento mutuo entre gobernantes y gobernados, aparece la semilla del nacionalismo.

El nacionalismo es inmanente al Estado liberal. Para que un Estado-nación continúe existiendo como tal, tiene que haber una serie de costumbres, rutinas, creencias ideológicas, sentimientos, símbolos que afectan e influyen en las vidas de los miembros de la Nación, que de manera consciente o inconsciente, recuerdan y sienten su pertenencia nacional y se comportan en coherencia con ella.

El nacionalismo es una ideología de doble dirección. Porque existe una contraposición entre los nacionalismos «estatal-nacionales» y los nacionalismos «de oposición». Los grandes nacionalismos del siglo XX han sido el británico, el francés, el norteamericano, el alemán, el japonés, el ruso y el chino; son estos los que han definido el orden internacional y los que se han enfrentado entre sí, con justificaciones ideológicas diversas sobre el fondo de una efectiva contraposición de intereses estatales-nacionales.

7 febrero 2010 Posted by | Filosofía Política, Nacionalismo | | Deja un comentario

Liberalismo social y liberalismo conservador: resúmen de principios fundamentales

El liberalismo social constituye un constante y prolongado esfuerzo por confirgurar un nuevo liberalismo que, a pesar de sus innegables diferencias internas, comparte un conjunto de ideas y supuestos nucleares en torno a la defensa de:

  1. El individualismo social.
  2. La revuelta contra la exclusividad de la libertad negativa y la apuesta por complementarla con la libertad positiva.
  3. El establecimiento de ciertos límites a los derechos de la propiedad.
  4. La promoción de igualdad ante la ley y la igualdad de oportunidades.
  5. Una mayor y mejor redistribución de la riqueza a través de procedimientos de justicia social.
  6. Un amplio grado de intervencionismo estatal y ciertos aspectos del Estado del bienestar.
  7. La democracia representativa y la potenciación de la participación política de la ciudadanía.

Por su parte, el liberalismo conservador ha aportado otra revisión del programa liberal cuyo objetivo ha sido recuperar el individualismo posesivo y los principios básicos de la sociedad de mercado defendidos por buena parte del primer liberalismo. Un nuevo liberalismo clásico que se muestra claramente despreocupado por las desigualdades e injusticias sociales y unido por la defensa de:

  1. El individualismo posesivo.
  2. La propiedad privada como derecho cuasi absoluto y de amplio alcance.
  3. La libertad entendida en sentido exclusivamente negativo.
  4. La reducción de la igualdad ante la ley y, en contados casos, a la igualdad de oportunidades entendida como «carrera de abierta de los talentos».
  5. Rechazo de casi toda forma de redistribución de la riqueza y la renuncia a la justicia social.
  6. Reducción al mínimo o, incluso, la desaparición de las tareas del Estado.
  7. La democracia protectora y elitista.

——

Esta es la octava y última entrada de resúmenes del tema 1, titulado «La tradición liberal» y escrito por Roberto Rodríguez, del libro titulado «Ciudad y ciudadanía. Senderos contemporáneos de la Filosofía Política», edición de Fernando Quesada y de la editorial Trotta (2008).

Todos los artículos de esta serie son:

30 noviembre 2009 Posted by | Filosofía, Filosofía Política, Liberalismo | , , , | 3 comentarios

El liberalismo conservador frente al liberalismo social

En el mismo tiempo en que el liberalismo social comienza a gestar su redefinición del liberalismo, también los «nuevos liberales clásicos» estaban haciendo lo propio. Y lo hiceron a partir de una valoración radicalmente crítica de la realidad sociopolítica que la que se vieron inmersos y que se puede recordar aquí. En la interpretación de los primerlos liberales conservadores, dicha realidad sociopolítica estaba determinada por la «sobrelegislación«, que constituía una enorme e injustificada proliferación de regulaciones que no hacía más que ampliar constantemente el alcance y los fines de la acción del Estado.

Estos nuevos liberales clásicos perciben como un terrible error la creciente intervención reguladora y asistencial y exigen el control del funcionamiento de la economía de mercado y el establecimiento de las condiciones propicias para el logro de la libertad positiva. Se había incurrido en la fatal arrogancia (como caracterizó F. von Hayek) de tener la osadía intelectual racionalista de creer que es posible planificar y controlar el desarrollo de la vida social y económica. La primera y decisiva consecuencia de tan importante actividad estatal fue la de fomentar la pasividad de los individuos, anular su iniciativa, extender la idea de que el Estado es el responsable de poner remedios y convertir a los individuos en sujetos, que como adictos, dependen de sus ayudas. Ese modelo de actuación gubernamental acostumbra a los ciudadanos a pedir cada día más. En definitiva, ayuda al individuo a convencerse de que lo que en algún momento no fue más que compasión, caridad o benevolencia políticas se han convertido en derechos.

El liberalismo conservador intenta recuperar el individualismo radical que creyeron propio del liberalismo clásico y para el cual los individuos únicamente existen como «vidas separadas» cuyos derechos no sólo tienen un fundamento prepolítico o presocial. Derechos que, por lo demás, son tan amplios y de tan largo alcance que convierten en ilegítima toda actividad del Estado que vaya más allá de sus funciones protectoras.

Para el liberalismo conservador la propiedad privada es el primero y más importante de los derechos individuales. y el derecho a la propiedad privada constituye la más importante garantía de la libertad individual. Es más, para los ultraliberales, el más mínimo impuesto representa un robo y un atentado contra la propiedad privada. Esta perspectiva fundamenta una concepción de la sociedad que se considera como un orden espontáneo alentado por una suerte de darwinismo social que cobra realidad a través de la libre competencia entre individuos por la supervivencia y los recursos.

La libertad, entre tanto, consiste única y exclusivamente en la posibilidad de decidir y de actuar dentro de un ámbito en el que la coacción o interferencia externa queda reducida al mínimo. Un ámbito qiue, sin embargo, exige la existencia del Estado en tanto que sólo éste puede protegerlo y preservarlo.

La esencia característica de la propiedad… es la desigualdad (Burke) pero ese es un mal necesario (L. von Mises). El liberalismo conservador solventa la cuestión de la igualdad mediante el recurso a la mera igualdad ante la ley y, en todo caso, a la igualdad de oportunidades, entendiendo ésta como el igual reconocimiento de los méritos y capacidades de cada uno de los individuos. Esta concepción de la igualdad de oportunidades adquiere su verdadero sentido cuando se la interpreta como una lucha por los recursos y posiciones en la que «ningún obstáculo arbitrario debe impedir que las personas puedan lograr aquellas posiciones acordes con sus talentos y que sus valores les llevan a buscar» (M. Friedman y R. Friedman).

Está excluído, por tanto, cualquier tipo de procedimiento de justicia social o de redistribución de la riqueza a fin de asegurar a todos aquellas condiciones sociales relacionadas con el acceso a la eduación, la sanidad, la vivienda o el trabajo ya que de alguna manera esto sería un intento de corregir el resultado del mercado. Es más, conducirían al paternalismo y la omnipotencia estatales, asó como al intento por parte del gobierno de fijar fines y metas sociales que los individuos deben perseguir. Cuando con el concepto de justicia social se alude a la obligación social de reducir o eliminar las desigualdades que genera el mercado, se olvida que en una sociedad de este tipo la distribución de los recursos y de la riqueza no es producto de un proceso deliberado sino, por el contrario, de aquella mano invisible de Smith, es decir, una multiplicidad de interacciones libres que desconocemos tanto en su origen e intenciones como en sus concretos efectos.

En relación al ámbito de actuación del Estado nos encontramos con cierta diversidad interna, a saber:

  • Los ultraliberales, que creen preciso vender el Estado en pequeñas piezas y devolver todas sus tareas y funciones al mercado, esto es, dejarlas en manos de la iniciativa pivada y avanzar de este modo hacia una sociedad sin Estado. (M. Rothbard, D. Friedman).
  • Otras posociones más templadas (como las de Nozick, H. Spencer o F. Bastiat), que opinan que las funciones del Estado deben ser mínimas y exclusivamente protectoras, esto es, limitarse a defender los derechos naturales del hombre como son la persona y la propiedad.
  • En la posición liberal conservadora más representativa (la de F. Hayek o J. Buchanan) creen que además de las funciones de protección, el Estado debe ser capaz de realizar otras «funciones de producción» absolutamente imprescindibles para el buen funcionamiento de una sociedad libre y para el desarrollo y crecimiento económicos.

¿Cómo tomar decisiones colectivas que se deben tomar si se debe tender a que cuantas menos mejor? El liberalismo conservador aboga por modelos representativos y protectores de democracia que cabe aglutinar en la denominación de «elitismo democrático«, que consiste en reducir la participación política de los ciudadanos, fomentar su pasividad y despolitización, exigirles deferencia y comprensión para con las élites o, finalmente, formentar que autolimiten su participación política a poco más que a la selección de los líderes que habrán de gobernarles.

Para el liberalismo conservador la democracia es un sistema de gobierno que se caracteriza por la existencia de una pluralidad de grupos de interés y presión que se han convertido en auténticos centros de poder que han suplantado a los ciudadano y trtan de determinar la toma de decisiones políticas buscando satisfacer sus propios intereses.

——

Esta es la séptima entrada de resúmenes del tema 1, titulado «La tradición liberal» y escrito por Roberto Rodríguez, del libro titulado «Ciudad y ciudadanía. Senderos contemporáneos de la Filosofía Política», edición de Fernando Quesada y de la editorial Trotta (2008).

Todos los artículos de esta serie son:

29 noviembre 2009 Posted by | Filosofía, Filosofía Política, Liberalismo | , , | 4 comentarios

El liberalismo social frente al liberalismo clásico

El individualismo propio del liberalismo clásico buscaba ofrecer un amplio campo de actuación para la satisfacción de los deseos e intereses individuales como medio para que cada cual, a través de sus energías e iniciativa privada, encontrase el trabajo que mejor cuadrase con sus habilidades individuales y obtuviese la recompensa y posición que por capacidad y méritos le correspondiese. Dichas energías y esfuerzos de unos y otros se verían complementadas y todos ellos promoverían, sin proponérselo, la armonía social y el bienestar general, como quería Adam Smith.

A finales del siglo XIX era ya más que evidente que dicho individualismo estaba fundado en un conjunto de principios y supuestos metafísicos carentes de todo fundamento. También era notorio que había dejado de ser aplicable, si alguna vez lo fue, en las nuevas condiciones sociales y económicas. El «viejo individualismo» debía ser sustituido por un «nuevo individualismo».

Ese nuevo individualismo propone a un ser social y autónomo, además de racional. Un ser cuya naturaleza podría ser capaz de alcanzar su realización personal únicamente bajo unas condiciones adecuadas. El nuevo liberalismo promueve un individualismo que es social en este doble sentido: la existencia de individualidad del sujeto está condicionada socialmente y su desarrollo depende de factores y condiciones sociales. En consecuencia emerge la idea de una sociedad según la cual ésta ya no constituye un mero agregado de individuos egoístas sino, por el contrario, una suerte de entidad colectiva conformada por individuos racionales y autónomos pero igualmente interdependientes, cooperadores y capaces de ayuda o asistencia mutua.

El nuevo liberalismo social percibe al Estado como una condición necesaria para el ejercicio de la libertad por parte de todos, y no sólo de algunos. La libertad no sólo hace referencia a la ausencia de coacción externa («libertad negativa«), sino que alude también a la «libertad positiva«, a aquella «facultad o capacidad positiva de hacer o disfrutar» (T. H. Green). La libertad sólo debía ser restringida en aquellos casos en que pusiera en peligro el desarrollo físico, intelectual o moral de otros o del bienestar social.

Respecto a las enormes desigualdades existentes en la sociedad, el liberalismo social sostiene que son en buena medida producto de las diferentes circunstancias sociales y personales de los individuos, así como del modo en que son tratadas por las instituciones sociales. Alcanzar la igualdad de oportunidades es la vía para asegurar a los individuos, y en especial a los miembros de los sectores sociales peor situados, una libertad más efectiva y un acercamiento a la igualdad. Para ello se deben plantear un plan de reformas sociales que estableciese diversas políticas públicas relacionadas con la salud, el trabajo, la educación, la vivienda o el transporte.

Esta igualdad de oportunidades exige una importante amplicación del alcance, fines y funciones del Estado y éste debe concebirse más bien como un Estado social, un Estado interventor y asistencial que debía, además de atender a la regulación del proceso económico capitalista, alcanzar el pleno empleo y poner fin a la probreza, las enfermedades y las carencias educativas. Así, lejos del viejo liberalismo del laissez faire, el liberalismo social concibe ahora al Estado como un instrumento para la organización y dirección de la propia economía capitalista, así como para la consecución de la igualdad de oportunidades y ciertas formas de justicia social.

Por último, otro aspecto importante a reflejar del nuevo liberalismo social es la necesidad de extender los derechos políticos hasta el establecimiento del sufragio universal, reconociendo los derechos políticos de la mujer. Defendían una democracia representativa en una ciudadanía activa y participativa, en la conformación de la voluntad colectiva a través de la discusión pública o, en fin, en la existencia de organismos intermedios que vincularan al individuo con la colectividad.

——

Esta es la sexta entrada de resúmenes  del tema 1, titulado «La tradición liberal» y escrito por Roberto Rodríguez, del libro titulado «Ciudad y ciudadanía. Senderos contemporáneos de la Filosofía Política», edición de Fernando Quesada y de la editorial Trotta (2008).

Todos los artículos de esta serie son:

26 noviembre 2009 Posted by | Filosofía, Filosofía Política, Liberalismo | , , | 4 comentarios

Crisis de la tradición liberal y emergencia de nuevas formas de liberalismo

El conjunto de supuestos y principios ideopolíticos que sirven de base para la defensa de un modelo de sociedad liberal  se desarrollan en una sociedad sometida a grandes cambios. Tanto es así que las sociedades a que dan lugar el capitalismo industrial imperante hacia mediados del siglo XIX son ya muy diferentes de aquellas en las que nació el liberalismo hacia mediados del siglo XVII. Los cambios que se producen entre tanto pueden resumirse en los siguientes:

  • Enorme desarrollo de la industria.
  • Fin del capitalismo individual y creación de gigantescas organizaciones económicas.
  • Creciente importancia de las instituciones bancarias.
  • Aparición de grandes sociedades anónimas.
  • Nuevos métodos de organización del trabajo (taylorismo y mecanización).
  • Emergencia de nuevos problemas económicos, sanitarios, educativos y laborales.
  • Creación de diversos sistemas asistenciales y de seguridad social.
  • Desarrollo del capital monopolista.
  • Progresiva ampliación de los sujetos de derechos políticos y el consiguiente acceso de la ciudadanía a la política.
  • Nacimiento de los partidos y sindicatos de masas.
  • Creaciente racionalización, burocratización y oligarquización de la vida económica y política.
  • Aumento de la intensidad y conflictividad de la lucha por el poder y la influencia políticas.

Liberales de muy distinto signo fueron capaces de admitir que si, por una parte, el período de poco más de un siglo que había transcurrido desde las guerras napoleónicas hasta la Primera Guerra Mundial había consitituido la era del liberalismo, por otra, en los años posteriores a esta última el rechazo hacia tal tradición política se había vuelto abiertamente explícito.

Estas consideraciones llevaron a muchos liberales a concluir que el liberalismo, si quería mantenerse como una fuerza viva capaz de transformar sus ideas en realidades, tenía que redifinir su teoría y prácticas políticas, tenía que superar las limitaciones impuestas por la tradición y abrir un camino de transición hacia un nuevo liberalismo que habría que dar continuidad a la tradición y ofrecer una respuesta ideológico-política capaz de orientar el quehacer de ciudadanos y de gobiernos en el nuevo escenario social.

En conclusión, la emergencia de nuevos modos de asumir el liberalismo concluyó en la aparición de un «nuevo liberalismo social» caracterizado por:

  1. El interés en distanciarse de buena parte de los presupuestos, instrumentos y objetivos del liberalismo clásico, dado que para ellos estos ya eran abiertamente inservibles.
  2. Una mayor sensibilidad hacia las enormes desigualdades e injusticias que el desarrollo capitalista había generado.

Por otro lado, también resistió un «nuevo liberalismo clásico o conservador», dispuesto a rechazar la creciente y expansiva regulación económica y asistencia social del Estado cada vez más aceptada por la propia tradición liberal. Sus propuestas se caracterizaban por el empeño en recuperar el individualismo posesivo y los principios básicos de la sociedad de mercado defendidos por gran parte del liberalismo clásico.

——

Esta es la quinta entrada de resúmenes  del tema 1, titulado «La tradición liberal» y escrito por Roberto Rodríguez, del libro titulado «Ciudad y ciudadanía. Senderos contemporáneos de la Filosofía Política», edición de Fernando Quesada y de la editorial Trotta (2008).

Todos los artículos de esta serie son:

24 noviembre 2009 Posted by | Filosofía, Filosofía Política, Liberalismo | , , | 4 comentarios

Fundamentos de la tradición liberal: sociedad y formas de organizarse

La concepción de la sociedad -y de toda forma de agrupación humana- se concibe como una mera yuxtaposición de individuos y nunca como una entidad que posee una realidad o atributos que puedan ser considerados específicos o distintos de los que ya poseen sus partes por separado. La sociedad es concebida como obra y fruto de la voluntad de unos individuos que la crean por conveniencia y para hacer posbile la vida en común, aunque también, como Hume se encargó de destacar, para hacer posible la división del trabajo y el consiguiente incremento de nuestro poder sobre la naturaleza, así como un aumento de la cooperación y la ayuda mutua que hacen que quedemos menos expuestos al azar y otros inconvenientes.

Para el pensamiento liberal clásico la sociedad, en la famosa tesis de Bentham, es un «cuerpo ficticio, compuesto por personas individuales que se considera que lo constituyen en tanto que son sus miembros». Se trata de un ente formado por una pluralidad de individuos y/o grupos que, dada su diversidad de intereses, están en constante competencia y conflicto entre sí. El reconocimiento del pluralismo y el conflictivismo inherentes al modelo liberal plantea tres problemas estrechamente relacionados y recurrentes a lo largo de la tradición política y liberal:

  1. Cómo alcanzar y preservar una sociedad pacífica y ordenada dada la natural pluralidad y conflictividad entre diferentes individuos y/o grupos con fines e intereses igualmente plurales y potencialmente antagónicos.
  2. Cómo constituir la sociedad de manera que las libertades y derechos individuales estén protegidos de las interferencias del Estado, de los grupos sociales o de otros individuos.
  3. Cómo organizar la sociedad de modo que los distintos intereses y fines individuales en conflicto puedan influir en la toma de decisiones políticas.

La convicción que la mejor solución a los inconvenientes del pluralismo y conflictivismo inherentes a su modelo de individuo y de la sociedad era la constitución de un poder común, o Estado, al que los individuos únicamente había de ceder -en términos de Locke– su derecho a castigar, «según los dictados de la serena razón y de la conciencia» y «en el grado en que la ofensa merezca», a quienes hubiesen dañado su vida, libertad y posesiones. Sin embargo, temerosos de los peligros de la concentración del poder en manos de unos pocos o del propio Estado, los liberales clásicos dedicaron buena parte de sus esfuerzos a alcanzar un difícil y siempre precario equilibrio entre, por un lado, el individuo y sus derechos y, por otro, el Estado y sus poderes potencialmente coactivos.

Por otro lado, la función básica del Estado residiría en la protección de la vida, libertad y posesiones individuales (Locke) o en la preservación de la seguridad interior y exterior (Humboldt). En todo caso, con la existencia de ciertos límites que se derivan en:

  1. La existencia de ciertos derechos individuales que el poder político tiene la obligación de respetar, proteger y promover.
  2. Su obligación de gobernar mediante leyes generales y conocidas de antemano, pues sólo así podría evitarse el ejercicio arbitrario, ilegítimo y extemporáneo del poder (sólo así sería posible «el imperio de las leyes y no el de los hombres», según James Harrington).
  3. La necesidad de evitar la concetración del poder -símbolo y realidad del absolutismo y la tiranía- en manos de una persona u órgano, esto es, del constitucionalismo y la moderna división y equilibrio de poderes.

Nada de lo anterior ofrece, sin embargo, una respuesta precisa a la importante cuestión acerca de qué forma de gobierno debía establecerse a fin de que los distintos fines e intereses individuales y/o colectivos pudieran influir en la toma de decisiones políticas. El «gobierno representativo» fue para los liberales clásicos la forma de gobierno más adecuada en tanto que diferente de la tiranía o el despotismo y de la democracia, a la cual acostumbraban a tachar de inestable e incompatible con la seguridad personal y los derechos de la propiedad.

——

Esta es la cuarta entrada de resúmenes  del tema 1, titulado «La tradición liberal» y escrito por Roberto Rodríguez, del libro titulado «Ciudad y ciudadanía. Senderos contemporáneos de la Filosofía Política», edición de Fernando Quesada y de la editorial Trotta (2008).

Todos los artículos de esta serie son:

23 noviembre 2009 Posted by | Filosofía, Filosofía Política, Liberalismo | , , , | 3 comentarios